
A pesar de estar desarraigadas, las personas traían consigo todo su imaginario: una carga espiritual que no podían arrebatarles. Y esta impronta era tan fuerte que hoy Cuba sigue siendo testigo de la enorme huella que dejaron sus antepasados africanos en la población. Jochel es un ejemplo vivo de esa herencia. Hablar con él es como sentarse al lado de un profeta con una enorme responsabilidad: evangelizar el mundo y contagiar a todos su pasión por la danza.

¿Cómo nace tu vocación por la danza?
Bueno, creo que esa vocación por la danza siempre la tuve dentro de mí. Desde chico me gustó el baile. Pero me inculcaron, en mi familia, la fijación por el deporte, pasé por muchos: atletismo, karate, tenis de campo, baloncesto… Ni tamaño tenía para el baloncesto. Estuve en judo, que fue, de hecho, donde formé fila de la institución deportiva estudiantil la Escuela de Iniciación Deportiva Mártires de Barbado, que es como un centro estudiantil que hay en Cuba, donde se estudia deporte. Ahí estudié judo y llegué hasta cinturón azul (…). Fui campeón provincial en el deporte, pero tenía eso de la danza por dentro de mí. O sea, mi padre me quería mucho, pero tenía ciertas reservas en el sentido de que “si eres bailarín, eres gay”. No le gustaba eso para nada, siempre me impulsó en el deporte y realmente a mí me gustaba, pero tenía eso dentro de la danza.
¿Cualquier danza o danza clásica?
No, cualquier danza. Lo mío era bailar, lo que fuera, así fuera una conga, un folklore, un pop, baile popular… Y estando en el judo, en la misma escuela, había maestros que cantaban, instructores de arte que marcaban a niños para mostrar alguna coreografía y eso, para los festivales en la escuela y demás. Yo escondido me iba y me apuntaba en las clases, hasta que mi familia se enteraba y me sacaban, siempre fue así.
Todo parecía ir bien con el judo para Jochel, ya que lograba cumplir las expectativas de su familia, pero sufrió un accidente cerca de la mayoría de edad que lo dejó postrado en cama durante casi tres meses. Esto fue para él una desgracia, pero también una oportunidad para decidir no entrenar más. A pesar de la insistencia de su entorno, él decidió dedicar su esfuerzo a la danza. Este fue el primer acto de resiliencia consciente que tuvo Jochel en su vida: convirtió la tragedia en un impulso para dar rienda suelta a su pasión.
Sus primeros pasos los dio en un grupo de danza popular llamado Alafia con Iré, con el que llegó a participar de festivales y a conocer parte de Cuba. En una de esas presentaciones, su padre fue a verlo y terminó conmovido hasta el llanto cuando lo observó en el escenario. “Yo no sabía que tú bailabas así, hijo”, le dijo su padre al verlo. Le pidió disculpas por “haberle cerrado los caminos” al baile. Pero Jochel supo entenderlo y no guardó ningún resentimiento hacia él. El amor de su padre, el de su familia, fue uno de sus motores para impulsarlo a formarse y ser un profesional.
Jochel nació y se crió en el Vedado, que es una zona importante a nivel cultural en La Habana. Estuvo siempre rodeado de mujeres en su infancia: su mamá, su abuela, sus tías y sus primas. A los nueve años se fue a vivir con su papá, con quien trabajó hasta su temprano fallecimiento cuando Jochel era adolescente. Desde los cinco años pertenece a la religión yoruba, que recuerda como parte de su vida. La religión, en sus palabras, lo salvó de los problemas respiratorios que había tenido desde muy pequeño. Lo volvió a la vida. Cuba es uno de los países donde la presencia de las religiones africanas tiene más fuerza en la actualidad.
Jochel, más allá de la pasión por el movimiento y el ritmo, tuvo claro en todo momento que era necesario educarse, hacer del talento su profesión, meta que le había prometido a su padre. Estudió en el Instituto Nacional de Arte y posteriormente ingresó al Instituto Superior de Arte, dos instituciones de gran prestigio en el país. Cuba ha sido referente en materia de danza a nivel latinoamericano y mundial en lo clásico y lo popular. Un ejemplo de ello es la Escuela Nacional de Ballet fundada en 1931, referente para la danza clásica en la región durante la segunda mitad del siglo XX, con Alicia Alonso como principal representante.
No solo el baile es uno de los sellos que distingue a Cuba, también lo es el exilio. Desde 1959, con el triunfo de la Revolución Cubana liderada por Fidel Castro, muchos cubanos han dejado su país por razones económicas, políticas, sociales… Los bailarines no escapan de esta situación. El mismo ballet liderado por Alonso tuvo innumerables desertores en las giras que realizaban internacionalmente.
A los treinta y dos años, Jochel decide tomar otros rumbos y salir de su país, donde era un reconocido bailarín de música popular afrocubana.

¿Qué te llevó a salir de Cuba?
Para expandir mi trabajo, que se conociera lo que yo hago. O sea, yo no salí de Cuba porque tenía problemas políticos, ni porque tenía problemas familiares, ni porque estaba perseguido por nadie. No es ese mi caso. Yo era bailarín profesional, coreógrafo de una compañía y estaba cobrando un salario. Ya había viajado en otras ocasiones: Vietnam, Turquía, Rusia… apoyado por el gobierno.
Jochel es enfático y siempre deja claro que no ha salido por el contexto político de la isla: “Lo que yo quería era que mi trabajo se reconociera, darme a conocer por el mundo, esto que estoy haciendo ahora. Capaz que es mucho o es poco, para mí es bastante dejar una pauta, marcar una historia, que quede en un libro, que quede mi paso por Uruguay, eso es lo que estaba buscando. Que se conociera mi arte, no el arte de los maestros, ni el arte de lo que aprendí, sino de todo mi conocimiento, lo que yo soy capaz de enseñar, lo que yo soy capaz de crear”.
¿Y por qué Uruguay?
Escogí Uruguay, sinceramente, porque es un país que no te pone trabas para entrar con los papeles. O sea, igual, viste que para poder venir a Uruguay tienes que venir por carta de invitación o visa de turismo y demás. ¿Entiendes?
Sí, es diferente para cada nacionalidad…
¡Ajá! Por lo menos para la nacionalidad cubana pasa eso, que si vas a venir, tiene que ser por carta de invitación o por visa de turismo. O, de lo contrario, tienes que entrar como refugiado por la frontera. O sea, tienes que hacer una travesía para poder llegar. En este caso fue como llegué yo, desde Guyana.
¿Desde Guyana?
Desde Guyana. Atravesar toda la selva de Guyana, llegar a Brasil, atravesar todo Brasil completo, que es inmenso de grande, hasta llegar a Rivera, que fue por donde yo entré, por la frontera de Brasil con Uruguay.
¿Viniste solo?
Vine solo. Lo que todo el mundo se demora en una travesía de cinco a seis días, yo lo hice en tres. Porque [en] mi travesía todo fue así, muy rápido, muy rápido, muy rápido. Y me impulsó a venir acá a Uruguay porque tengo, como si fuera mi hermano, a mi mejor amigo, que se llama Luis Daniel Castillo Fernández, él lleva seis años acá en Uruguay. Y entonces fue como mi motor e impulso.
Al día de hoy, 12.400 cubanos, según el censo del año 2023, residen en Uruguay. La mayoría toma un vuelo hasta Guyana y de ahí hacen lo mismo que Jochel. La política exterior uruguaya permite que los cubanos puedan desde obtener una residencia permanente hasta poder revalidar sus documentos profesionales.
Para Jochel venir a Uruguay fue un choque cultural importante. Como él mismo cuenta, pasó del socialismo al capitalismo. En Cuba no pagaba renta y, en el caso de los servicios, como la luz y el agua, le exigían un esfuerzo económico mínimo. Sin embargo, a diferencia de otras realidades migratorias, Jochel se siente privilegiado. Pudo llegar directo a trabajar. Me comenta orgulloso: “Cuando llegué acá a Uruguay, ya a mí todo el mundo, ¡todo el mundo!, me estaba esperando, porque yo me había comunicado con personas de acá de Uruguay. También había uruguayos que ya me conocían, porque habían estudiado conmigo en Cuba. Y, al saber que yo venía, ya se habían inscrito a mis talleres”. Y cuenta altivamente que debido a sus primeros trabajos pudo ganar veinte mil pesos.
Me llama la atención: ¿por qué crees que la gente se interesa por la danza afrocubana? La gente de Uruguay.
A mí me llama un poco la atención también. O sea, pienso que la gente que se interesa más por la danza afrocubana son [sic] la gente que está más bien en la movida de la salsa. No sé si tienes conocimiento que acá en Uruguay se hacen muchos festivales y congresos de salsa, bachata y demás. Entonces, ese tipo de gente, por lo general, como que busca casi siempre una formación. Y entonces en ese caso la salsa está muy mezclada a lo que son las danzas afrocubanas, producto que casi no viene de Cuba. Y entonces por lo general todo el mundo te marca una salsa, te marca un son, pero después te marcan un paso de rumba, pero después te marcan un paso de orilla.
¿Dónde das clases? ¿En qué parte?
Hoy por hoy estoy regado por casi todo Montevideo. Doy clases acá en Barrio Sur, en la Casa de Cultura 40 y 80, en Cordón, en Pablo de María y Coronel Brandzen, en la Academia Montevideo Mambo, en La Aguada, en Pocitos… Fue lo que siempre hice en Cuba y me gusta mi trabajo y no lo abandono. Así mañana me esté ganando tres pesos, ¡mi trabajo no lo abandono!
Jochel habla con mucha seguridad. No titubea al decir los planes que tiene y lo que quiere hacer con su labor. Para él, el arte es su combustible: “Para cada ser humano, su vida es su escenario. Yo digo que el telón son los párpados de los ojos. Acostate y el telón está cerrado. Desde que abriste los ojos comienza tu nuevo show del día, de todo lo que vas a hacer”. Comenta de metodología de la enseñanza al mismo tiempo que menciona pasos de la danza afrocubana; habla de mejorar su léxico para dar una clase al mismo tiempo que menciona la ignorancia de muchos uruguayos sobre el baile cubano. No se muestra nostálgico de lo que dejó atrás, más bien se siente feliz de lo que está creando. Y como quien ha hecho de su vida un escenario, Jochel siente que en Uruguay desconocen, más allá de su círculo de alumnos, la riqueza del estilo de danza que enseña. En su discurso se mezclan lo académico y lo folklórico. Manifiesta en sus palabras una dicotomía y una simbiosis casi siempre: un yin y un yang.